Micropricing: La nueva precarización del consumo básico

Por Eva Sacco y Felix Schmidt – Analistas económicos especializados en temáticas de consumo

7/31/20255 min read

En medio de la brutal licuación de ingresos que atraviesan los trabajadores y sectores populares, YPF acaba de implementar un nuevo sistema de micropricing, una política de precios dinámicos que -por ahora- ajusta el valor del combustible según el momento del día; pero puede hacerlo por la zona y otras variables que no siempre son transparentes. Lo que, a primera vista, parece una sofisticación técnica más del mercado, es en realidad una avanzada de segmentación regresiva que afecta con más fuerza a quienes menos tienen.

¿Qué es el micropricing?

El micropricing o “precio dinámico” es un sistema que permite modificar los precios de un producto en tiempo real, según múltiples factores como la demanda, la ubicación geográfica, el día de la semana o la franja horaria. Aplicado al combustible, significa que un litro de nafta puede costar más caro un viernes a las 18 hs en una estación céntrica que un lunes a la madrugada en una ciudad pequeña.

Lo que antes era una política homogénea de precios federales y zonificados —que apuntaba a garantizar cierto acceso equitativo—, hoy se fragmenta en un mapa cada vez más desigual, donde cada consumidor paga según su contexto, pero no según su capacidad de pago.

Ya lo hemos visto antes: cadenas de supermercados que venden aceite de girasol más caro en barrios populares que en zonas exclusivas, o cafés instantáneos que en el conurbano cuestan hasta un 25% más que en supermercados de CABA. La segmentación por perfil de consumo, sin regulación, no corrige desigualdades: las profundiza.

El espejo de EPEC: cuando el tarifazo se disfraza de eficiencia.

Un ejemplo emblemático de este tipo de prácticas es el de EPEC (Empresa Provincial de Energía de Córdoba), que cobra la electricidad no solo según cuánto consumís, sino también cuándo lo hacés. Durante las llamadas “horas pico” (de 18 a 23 hs), el costo del kWh sube, penalizando a los trabajadores que recién vuelven a sus casas en ese momento.

Pero además, EPEC aplica escalones de consumo por bloques, con aumentos de tarifa acumulativa:
Escalón
Rango de consumo Precio por kWh (aproximado)

1 0–120 kWh $25–$87

2 121–250 kWh $55–$131

3 251–500 kWh $55–$172

4 Más de 500 kWh $55–$208

¿El problema? Que muchos hogares vulnerables no pueden reducir su consumo, porque viven en viviendas precarias sin aislamiento térmico, con equipos eléctricos viejos y poco eficientes. Terminan pagando más no porque derrochen, sino porque el sistema los penaliza por ser pobres.

¿Qué es el excedente del consumidor y por qué se lo están quedando las empresas?

En economía, se llama “excedente del consumidor” a la diferencia entre lo que alguien estaría dispuesto a pagar por un bien y lo que realmente paga. Por ejemplo, si una persona está dispuesta a pagar $1.000 por llenar el tanque, pero lo consigue a $800, el excedente es esos $200 que “ahorra” o puede destinar a otra necesidad.

Con el micropricing, las empresas capturan ese excedente ajustando el precio al máximo que pueden cobrar sin que el consumidor desista. No hay competencia ni beneficio al consumidor: el algoritmo aprende tus hábitos y tu tolerancia al precio, y te cobra lo máximo posible sin perderte como cliente. Eso no es eficiencia: es oportunismo algorítmico.

Monopolios estratificadores: cuando el mercado deja de ser mercado

En estos casos, muchas veces no hay verdadera competencia. Las empresas que dominan servicios estratégicos (como combustible, energía, telecomunicaciones o grandes supermercados) operan como monopolios o cuasimonopolios estratificadores. ¿Qué significa eso?

Que no compiten bajando precios o mejorando servicios, sino discriminando a sus clientes por su ubicación, sus datos personales o sus horarios de compra. A los clientes más cautivos —trabajadores, habitantes del interior o zonas pobres— les cobran más caro, mientras premian a los que tienen más opciones o capacidad de decisión.

Este tipo de monopolio no busca ampliar el mercado ni generar bienestar. Busca maximizar rentabilidad estratificando consumidores, y eso siempre se hace a costa de los sectores más débiles.

Tecnología al servicio del lucro, no del usuario

Estos sistemas no solo se basan en variables objetivas, sino que ya utilizan datos personales para establecer los precios. Uber fue denunciada por aumentar sus tarifas si detectaba que el celular del usuario tenía poca batería, sabiendo que probablemente no iba a rechazar el viaje.

En el futuro, no es descabellado que una estación de servicio te cobre más si sabe que estás apurado, que no hay otra en 30 km a la redonda, o que siempre cargás los viernes después de trabajar. La tecnología deja de ser una herramienta de eficiencia y se convierte en una forma de control sobre los hábitos más íntimos del consumidor.

¿Y si todas las empresas lo hicieran?

Imaginemos que esta lógica se extiende a todos los consumos: alimentos, transporte, medicamentos, servicios esenciales. Que un litro de leche en una zona periférica cueste más un domingo a la noche que un martes al mediodía en una zona acomodada. Que el precio de una hamburguesa o de un colectivo varíe según tu barrio, tus hábitos de compra o tu nivel de ingresos estimado por la app.

En ese escenario, el trabajador no solo cobra en pesos devaluados, sino que también paga más caro por consumir según su rutina. Su vida entera —organizada en torno al trabajo— se convierte en una desventaja frente a un mercado que lo castiga por ser previsible, vulnerable o simplemente pobre.

Un nuevo capítulo del ajuste silencioso

En un contexto de recortes de subsidios, dolarización de tarifas y caída de los ingresos reales, el micropricing no es solo una técnica: es una forma encubierta de ajuste, segmentado, invisible y continuo. Un tarifazo sin anuncio, que se filtra por los datos del GPS, la tarjeta de crédito o el celular.

Lo que se presenta como innovación, termina siendo una sofisticación del saqueo cotidiano, donde cada compra se convierte en una negociación desigual con una empresa que ya sabe cuánto podés pagar.

¿Qué modelo de país se construye?

Mientras los grandes jugadores del agro o las finanzas acceden a beneficios fiscales, cambiarios y regulatorios, los trabajadores enfrentan microtarifas flexibles a precio pleno. Es un país diseñado para maximizar la rentabilidad de los más fuertes y castigar sistemáticamente a los más vulnerables.

Por eso, se necesita un Estado activo, que no solo regule precios, sino que defienda la competencia verdadera, impida abusos de posición dominante y amplifique el acceso igualitario a los bienes esenciales.

Porque detrás de cada algoritmo de precios, hay una decisión política sobre quién puede vivir con dignidad y quién no.