Industrialización, dependencia y modelos de desarrollo en Argentina (1958–1974)

Antonio Macchioli

6/1/20254 min read

Industrialización, dependencia y modelos de desarrollo en Argentina (1958–1974)

La llamada segunda etapa de sustitución de importaciones en Argentina (1958–1974) marcó una transición hacia la producción de bienes durables, maquinaria, vehículos, siderurgia, petroquímica, entre otros sectores. Estas actividades requerían inversiones de gran escala, mano de obra especializada, largos períodos de maduración y una complejidad técnica y financiera muy superior a la de la primera etapa. Durante este proceso se logró instalar industrias con tecnologías modernas, especialmente a través de la inversión extranjera directa (IED), lo que generó una creciente dependencia de insumos importados.

El sector industrial, sin embargo, enfrentó serias dificultades para sostener sus gastos a mediano plazo. Aunque dependía de divisas, no lograba generarlas. La imposibilidad de conquistar mercados externos obligaba a destinar la producción al consumo interno. De este modo, el país necesitaba del sector primario para obtener las divisas necesarias para importar bienes de capital e insumos. Sin embargo, en un contexto de precios internacionales deprimidos, ese sector era incapaz de cumplir dicho rol. En consecuencia, fue el Estado —a través del endeudamiento externo— quien subsidió al modelo industrial, perpetuando, según diversas corrientes críticas, una relación de dependencia que el propio modelo pretendía superar.

Este contexto dio lugar a un intenso debate sobre cómo industrializar el país para romper con la opresión económica de los países centrales. Las corrientes que analizaremos —el Desarrollismo, la Izquierda Nacional y la Nueva Izquierda— comparten como punto de partida la “Teoría de la Dependencia”, aunque presentan diferencias sustanciales respecto al rol del capital nacional y extranjero, de la oligarquía terrateniente, y del Estado. En definitiva, lo que está en disputa es cómo se estructura la dependencia, cuáles son sus causas y consecuencias, y cuáles podrían ser sus alternativas de superación.

El Desarrollismo y la planificación desde el Estado

La corriente desarrollista, aplicada principalmente durante el gobierno de Arturo Frondizi (1958–1962), entendía el subdesarrollo como la incapacidad de lograr una expansión autosostenida de las fuerzas productivas. Frente a la insuficiencia de las exportaciones primarias, los términos de intercambio desfavorables y la dependencia energética, se propuso acceder a inversión extranjera y financiamiento internacional para impulsar obras de infraestructura, modernizar el transporte, y avanzar en la integración económica.

Frondizi descartó medidas de presión sobre el agro o sobre los asalariados. Apostó, en cambio, a una rápida acumulación de capital con protagonismo tanto del Estado como del capital privado (nacional y extranjero), garantizando condiciones favorables a los inversores: acceso a rentas cuasi oligopólicas y protección frente a la competencia externa.

La previsión era que la dependencia del capital externo sería transitoria, mientras se desarrollaba una burguesía nacional capaz de liderar el crecimiento. El modelo promovía la industrialización mediante la sustitución de importaciones y, en una segunda etapa, la exportación de manufacturas. En paralelo, se impulsaban políticas redistributivas para sostener el mercado interno: aumentos salariales, tarifas subsidiadas, control de precios y legislación laboral favorable.

La Izquierda Nacional: industrialización soberana

La Izquierda Nacional, representada por intelectuales y políticos como Hernández Arregui, John William Cooke y Arturo Jauretche, compartía con el desarrollismo el diagnóstico sobre el subdesarrollo y la necesidad de industrialización. Sin embargo, difería profundamente en cuanto a los actores y mecanismos del desarrollo.

Para esta corriente, la alianza entre capital extranjero y oligarquía terrateniente era el principal obstáculo para una industrialización soberana. Mientras que el desarrollismo veía en la inversión extranjera una herramienta útil, la Izquierda Nacional la consideraba una forma de perpetuar la dependencia. Cooke, por ejemplo, criticaba que el desarrollismo ignorara el problema imperialista: aunque las industrias no fueran estadounidenses, bastaba con que dependieran de insumos, tecnología y patentes extranjeras para reproducir la subordinación.

Esta corriente defendía la conformación de un Estado en manos de las clases populares, capaz de fomentar un desarrollo industrial centrado en el mercado interno, con una burguesía nacional aliada a la clase trabajadora. Rechazaba los créditos de organismos multilaterales y la formación de oligopolios, por considerar que consolidaban un tipo de industria subordinada a intereses foráneos. Su horizonte era construir una economía nacional capaz de sentar, gradualmente, las bases de un modelo socialista.

La Nueva Izquierda: crítica estructural y horizonte socialista

La Izquierda Marxista o Nueva Izquierda llevó más lejos la crítica a los actores sociales del desarrollo. Para esta corriente, capital nacional y extranjero no eran opuestos, sino que formaban un bloque estrechamente vinculado. Por lo tanto, no veía en la burguesía nacional una fuerza progresista: al no haber surgido en oposición a la oligarquía terrateniente, sino en alianza con ella, carecía de la autonomía necesaria para impulsar una industrialización profunda.

Silvio Frondizi afirmaba que la burguesía había caducado como fuerza progresista, mientras que Roberto Peña señalaba que el patrón de industrialización argentino generaba industrias parasitarias, orientadas al consumo inmediato y con escasa inversión de largo plazo. La alta rentabilidad de la industria liviana, bajo protección estatal, desincentivaba el desarrollo de bienes de capital.

Peña también identificaba desigualdades en la productividad inter e intrasectorial, lo que vinculaba con el concepto cepalino de “heterogeneidad estructural” desarrollado por Aníbal Pinto. Esta fragmentación productiva era un obstáculo central para la consolidación del desarrollo industrial y explicaba buena parte de las desigualdades sociales en los países periféricos. La solución, para la Nueva Izquierda, no podía provenir de alianzas con sectores burgueses, sino del fortalecimiento de la clase trabajadora como sujeto histórico del socialismo.