Comercio internacional, desigualdad y teoría económica: un debate entre Heckscher-Ohlin, Emmanuel y Shaikh

Antonio Macchioli

6/3/20253 min read

Comercio internacional, desigualdad y teoría económica: un debate entre Heckscher-Ohlin, Emmanuel y Shaikh

El modelo de Heckscher-Ohlin es uno de los pilares de la teoría neoclásica del comercio internacional. Parte del supuesto de que cada país debe especializarse en la producción de bienes que mejor pueda generar en función de sus dotaciones relativas de factores: capital y trabajo. Según este modelo, los países con abundancia de capital tenderán a especializarse en bienes intensivos en capital —como productos industriales—, mientras que aquellos con abundancia relativa de trabajo lo harán en bienes intensivos en trabajo —como productos primarios o manufacturas simples—.

La lógica de este modelo se fundamenta en el principio ricardiano de los costos comparativos y, al igual que aquél, parte de supuestos muy exigentes: pleno empleo, competencia perfecta, rendimientos constantes a escala, funciones de producción idénticas entre países, preferencias similares y nula reversibilidad en la intensidad de los factores. A partir de estos supuestos, el modelo predice que el comercio internacional no solo genera eficiencia, sino también una tendencia a la igualación de las remuneraciones relativas entre países: los salarios reales y las tasas de ganancia tenderían a converger, incluso sin movilidad internacional de factores, solo a través del intercambio de bienes. Además, el modelo sugiere que el comercio debería beneficiar a los propietarios del factor abundante en cada país, y perjudicar a los del factor escaso, generando una redistribución interna pero una convergencia internacional del desarrollo.

Sin embargo, esta visión armonizadora del comercio es fuertemente cuestionada por teorías críticas. Una de ellas es la del economista marxista Arghiri Emmanuel, quien desarrolla el concepto de intercambio desigual. Para Emmanuel, el supuesto ricardiano de inmovilidad internacional de factores ya no es aplicable en el mundo moderno. Aunque el trabajo sigue siendo mayormente inmóvil y determinado en gran parte por factores políticos o institucionales (como la negociación salarial o la intervención estatal), el capital es altamente móvil.

Esta asimetría genera una dinámica perversa: los capitales del centro se desplazan hacia regiones periféricas en busca de salarios más bajos, lo que permite mantener tasas de ganancia similares a nivel mundial. Como los salarios no se igualan —porque el trabajo no se mueve libremente ni su precio es fijado por el mercado global—, las ganancias extraídas en los países periféricos son repatriadas a las casas matrices del capital transnacional, frenando el crecimiento de estos países y ampliando la brecha con los países desarrollados. Emmanuel muestra que las diferencias salariales pueden ser de hasta 40 veces entre centro y periferia, mientras que las tasas de ganancia son similares, lo cual revela el carácter estructuralmente desigual del comercio internacional en el capitalismo contemporáneo.

En una línea crítica pero diferente, el economista Anwar Shaikh cuestiona tanto a la teoría neoclásica como a Emmanuel desde un enfoque basado en la teoría del dinero de Marx y la competencia real. Shaikh rechaza la teoría cuantitativa del dinero y la noción ricardiana de que los desequilibrios comerciales se autorregulan automáticamente a través de los precios relativos. Para él, el libre comercio no tiende a igualar la competitividad entre países, sino a perpetuar las diferencias existentes.

Según su perspectiva, cuando un país menos eficiente incurre en déficits comerciales crónicos, no se genera un ajuste automático vía precios, sino un proceso de endeudamiento externo, suba de tasas de interés, caída de la inversión y, en última instancia, mayor vulnerabilidad estructural. El país más competitivo, por el contrario, recibe divisas, reduce su tasa de interés, expande su inversión y refuerza su posición hegemónica. La competencia internacional actúa entonces como una dinámica excluyente, donde los países más productivos desplazan a los menos eficientes, reproduciendo una jerarquía internacional del desarrollo.

Shaikh sostiene que la única manera en que los países periféricos pueden revertir esta tendencia es mediante estrategias activas de industrialización y protección selectiva, como hicieron históricamente los países hoy desarrollados. A diferencia de la narrativa ortodoxa, para Shaikh es precisamente la competencia —y no su ausencia— la que explica el desarrollo desigual. El comercio sin regulaciones ni políticas industriales adecuadas no reduce las asimetrías globales, sino que las profundiza.

En resumen, mientras que el modelo de Heckscher-Ohlin sostiene una visión armónica del comercio basada en ventajas comparativas y especialización eficiente, Emmanuel y Shaikh ponen en evidencia que el comercio internacional, lejos de igualar a las naciones, puede consolidar una estructura jerárquica donde el capital se beneficia de los diferenciales salariales y de productividad, perpetuando la dependencia y la desigualdad entre centro y periferia. El debate sigue abierto, pero lo que resulta claro es que la apertura comercial sin políticas nacionales activas es insuficiente —y muchas veces contraproducente— para cerrar la brecha del desarrollo.