Clase trabajadora y movimiento sindical en Argentina: entre la fragmentación neoliberal y la reorganización postconvertibilidad

Antonio Macchioli

6/1/20253 min read

La historia reciente del movimiento obrero argentino revela un complejo entramado de rupturas y persistencias. Analizar la evolución de la clase trabajadora y el sindicalismo desde la década de 1990 hasta la etapa de la post-convertibilidad permite comprender no solo los efectos devastadores del neoliberalismo, sino también los límites estructurales del sindicalismo dentro del capitalismo periférico.

Continuidades y cambios desde una mirada estructural

Siguiendo el enfoque marxista, la transformación del sindicalismo no puede desligarse de las modificaciones en la estructura económica. Durante los años noventa, bajo el influjo del Consenso de Washington, Argentina implementó un drástico programa de reformas estructurales: privatizaciones, apertura comercial, desregulación y flexibilización laboral, acompañado por una campaña de desprestigio contra lo público. Esta etapa —culminación del modelo iniciado en 1976— supuso una ofensiva contra los derechos laborales históricos.

El modelo de convertibilidad (1991-2001) agudizó la precarización y fragmentación del trabajo. La desindustrialización masiva, el desempleo (que trepó del 6% en 1991 al 18,3% en 2001), la tercerización y la mercantilización de la fuerza de trabajo minaron la capacidad de organización sindical. En este contexto, los sindicatos se enfrentaron a tres estrategias posibles: resistencia, subordinación o supervivencia organizativa.

Frente al alineamiento de la CGT con el gobierno de Menem —que le otorgó beneficios a cambio de legitimidad—, surgieron disidencias como la CTA, caracterizada por su autonomía político-partidaria y su alianza con actores sociales más amplios. También emergió el MTA, impulsado por gremios de transporte como Camioneros, que comenzarían a ganar peso político en la etapa siguiente.

El sindicalismo como institución del orden

Tanto Marx como Engels ya advertían que los sindicatos, lejos de ser meros instrumentos de emancipación, podían volverse estructuras integradas al orden capitalista si no conservaban el vínculo activo con sus bases. En esta línea, Trotsky afirmaba que las burocracias sindicales podían volverse auxiliares del capital, mientras que Hyman explicaba que su estabilidad dependía de un frágil equilibrio entre el conflicto y la pasividad.

Estas tensiones se hicieron visibles en los años noventa. Sindicatos convertidos en “empresas de servicios” ofrecían seguros, obras sociales y AFJPs, transformando a sus afiliados en clientes. La relación con los partidos —particularmente el PJ— desplazó el eje de representación desde los trabajadores hacia los pactos con el poder. El fenómeno del “business unionism” es aquí paradigmático.

El nuevo protagonismo: piqueteros y organizaciones sociales

El documental La crisis causó 2 nuevas muertes (Escobar y Finvarb, 2006) y la entrevista a Darío Santillán ofrecen una ventana privilegiada para comprender el viraje de la representación política de los sectores populares. Ante el vaciamiento del sindicalismo tradicional, surgieron los movimientos de desocupados, que a través del piquete, reconstruyeron formas de organización, solidaridad y lucha.

Santillán denuncia la funcionalidad del sistema político a los intereses corporativos y propone la articulación global de los excluidos como única vía para una transformación real. La escena del Puente Pueyrredón, donde murieron Kosteki y Santillán, simboliza el cierre de una etapa: la represión como respuesta estatal a los nuevos sujetos de lucha, surgidos del desempleo y el colapso social.

La postconvertibilidad: ¿revitalización o continuismo?

A partir de 2003, con el fin de la convertibilidad, se produce un cambio económico importante: tipo de cambio alto, retenciones a las exportaciones, crecimiento del PBI y reducción del desempleo (del 22% en 2002 al 6,4% en 2014). Sin embargo, las condiciones laborales y salariales muestran una continuidad preocupante: trabajo no registrado en torno al 34% y participación salarial estancada en torno al 40% del PBI.

El sindicalismo volvió al centro del escenario político, de la mano de la CGT liderada por Hugo Moyano, interlocutor privilegiado de los gobiernos kirchneristas hasta 2011. Se multiplicaron las negociaciones colectivas, aunque el 72% fueron a nivel empresa, reproduciendo la lógica fragmentaria de los noventa.

Asimismo, se fortaleció la organización gremial en los lugares de trabajo: la participación de delegados en negociaciones por empresa aumentó del 36% en 2002 al 41% en 2007. Aun así, persistieron formas de contratación precaria (por obra, temporada, jornada variable), con marcadas desigualdades de género y escasa articulación entre sindicatos y movimientos sociales.

Conclusión: entre la contención y la autonomía

El análisis histórico muestra que, si bien hubo una recomposición sindical en los años de postconvertibilidad, esta no significó una ruptura clara con las lógicas neoliberales heredadas. Persistieron la fragmentación, la tercerización y la subordinación a los intereses del capital. Por otra parte, los movimientos sociales —en especial los piqueteros— lograron poner en agenda la exclusión estructural y proponer nuevas formas de representación, aunque luego muchos de ellos se institucionalizaron.

En suma, el movimiento sindical argentino ha oscilado entre ser una institución de contención funcional al sistema y una herramienta de lucha, dependiendo del contexto político y económico, pero también de su capacidad de democratización interna y articulación con otros sectores populares. La clase trabajadora, lejos de ser homogénea, continúa siendo un campo de disputa.